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Mel Broughton y la historia de Rocky

Mel Broughton es un activista que lleva implicado en el movimiento por la liberación animal desde los años 80. Desde finales del año pasado Mel está en prisión preventiva. No desea que se hable públicamente sobre sus cargos. Nos gustaría animaros a que le escribáis unas líneas, para recordarle que no está solo en este duro momento que está atravesando. Su dirección en prisión:

Mel Broughton A3892AE

HMP Peterborough

Saville Rd

Peterborough

PE3 7PD

Reino Unido

Respecto a las cartas, recuerda que está en prisión preventiva, por lo que NO DEBES discutir ningún asunto legal y, desde luego, debes asumir que todo el correo está controlado por los carceleros, así que no te pongas a ti mismo (o a él) en riesgo legal discutiendo cosas que realmente no deberías.

Hace años publicamos un libro llamado R-209. Habla el Frente de Liberación Animal (podéis descargar gratis el libro en pdf y epub aquí: https://ochodoscuatroediciones.org/libro/r-209-habla-el-frente-de-liberacion-animal/). Ahí Mel colaboró escribiendo un capítulo, “La historia de Rocky”. Con el objetivo de acercaros a la figura de Mel, reproducimos a continuación el capítulo.

LA HISTORIA DE ROCKY.
Mel Broughton

La historia del intento de liberación del delfín Rocky y la consiguiente campaña que confirmó su libertad ilustra cómo la acción directa y las campañas de cara al público pueden lograr objetivos muy ambiciosos. Mirar atrás hacia el pasado puede ser inspirador, esta historia nos enseña que como movimiento no debemos pasar por alto el verdadero motivo de cada forma de campaña que contribuye a darnos fuerza. Se podría decir con razón que nunca hemos sido un movimiento tan unido y cohesionado como en los años 80, obstaculizados por algunas organizaciones nacionales -parte de las cuales ya han tomado un camino claramente reformista- que nos hicieron andar hacia atrás, la acción directa y el activismo legal formaban una sola unidad.

Las cosas han cambiado considerablemente. Se ha aprendido mucho y se han hecho muchos logros desde entonces, y continuamos aprendiendo y evolucionando como movimiento, pero paralelamente a esto ha ido nuestra fragmentación -originada por discrepancias internas sobre qué es lo aceptable- y la consiguiente pérdida del sentimiento de unidad que antes teníamos. Esto es algo importantísimo que debemos resolver si pretendemos tener la fuerza imparable que necesitamos.

La historia de Rocky nos enseña con qué efectividad un acto puede dar el disparo de salida a una campaña entera que a su vez puede animar a otros a seguir el mismo camino. Nos demuestra lo vital que es para nosotros elaborar ideas nuevas y aprender de hechos pasados. A pesar de lo que haya podido parecer, debemos movernos con el tiempo por encima de todo y adaptar nuestras experiencias a la táctica que sea necesaria en ese momento. Pero en ningún caso se debe olvidar que todos formamos parte de una misma unidad y que un pequeño incidente puede tener como consecuencia una reacción en cadena que afecte al movimiento al completo, desde los activistas con pasamontañas hasta los que participan en campañas legales para fomentar el respeto hacia los animales.


Al principio un grupo pequeño de activistas se unió para tramar lo que parecía ser un plan absolutamente disparatado para liberar a Rocky -un delfín utilizado para espectáculos mantenido en cautividad durante más de 20 años- en el mar abierto de la bahía de Morecombe. Lo que nadie podía prever eran los hechos que se producirían como consecuencia del fracaso de este intento de devolver a Rocky a mar abierto, que se encontraba, literalmente, a tan solo unos metros por detrás de los muros que rodeaban su diminuta celda-piscina.


La historia de la vida de Rocky hasta ese momento era de soledad y frustración. Todos los días desde 1964 realizaba la misma sesión de ejercicios degradantes en su espectáculo durante los periodos de vacaciones, dirigidos a un público ajeno al sufrimiento al que este animal estaba sometido.


Durante los meses de invierno, sus días transcurrían sin ningún estímulo en absoluto y había pasado muchos años separado de los suyos. Todo esto iba a cambiar gracias al esfuerzo del ALF y a una campaña que hizo un grupo muy comprometido con la liberación animal. El intento de liberar a Rocky en el mar acabó cuando cuatro de los ocho activistas fueron arrestados, incluyendo a Barry Horne y a un sargento retirado con una larga carrera militar a sus espaldas. Formábamos un grupo muy diverso pero lo que nos unía era un sentimiento común de horror hacia las miserias a las que se había sometido por simple entretenimiento a esta criatura salvaje, libre y con espíritu.


Se pensó cuidadosamente sobre el tema y se hicieron muchas investigaciones -incluyendo la consulta a un experto sobre las probabilidades que tendría Rocky de sobrevivir en libertad sin rehabilitación después de tantos años- para elaborar el plan de devolver a Rocky a la libertad, pero nos desalentaba un último obstáculo. Ningún plan nos resolvía el serio problema de poder subirlo a una camilla diseñada para mamíferos acuáticos y transportarlo a la frustrantemente corta distancia al mar abierto. Tampoco podíamos alterar las traicioneras mareas de esta bahía. Unas regulares visitas que hicimos al delfinario durante meses y que incluían baños nocturnos con el prisionero nos permitieron darnos a conocer a Rocky. Éste parecía encantado de romper la rutina de su monótona vida, y no parecía relacionarnos con los despechos que había sufrido por parte de los humanos.


No sabíamos que nuestra primera visita iba a ser suficiente para convencernos de lo verdaderamente desesperante que era su situación. Una noche saltamos al delfinario por el muro que estaba pegado al mar, incontables kilómetros de éste susurraban a la arena bajo la luna llena. Ahí, en su diminuta piscina, más pequeña incluso de lo que aparentaba por el día, Rocky nadaba en repetidos círculos, despierto y alerta. El sentimiento de soledad que emanaba esta criatura social por naturaleza era abrumante. Estuvimos ahí un tiempo conociéndonos los unos a los otros y al león marino, encerrado justo al lado. Fue durante una de estas visitas nocturnas cuando una trabajadora de un hotel que estaba aburrida nos vio salir del delfinario llevando una red y una camilla, y llamó a la policía.


El resto, como ellos dicen, “es historia”. Excepto que en este caso el juicio y la condena en 1988 de cuatro activistas del ALF por conspiración para robar un delfín valorado en 11.000 libras impulsó una campaña que lograría ver a Rocky libre y el cierre de todos los delfinarios del Reino Unido. Se habló mucho durante el juicio sobre la irresponsabilidad de intentar conseguirle a Rocky su libertad y sobre la pérdida que le supondría al pueblo Morecambe el desprenderse de este “atractivo turístico”. Incluso se llamó a un supuesto experto en delfines para que ofreciese su propia condena profesional a la acción.


Mientras el juicio tomaba un rumbo que predecía un triste final en el juzgado, una persona sentada entre el público estaba dibujando planes mentalmente para empezar una campaña que acabaría viendo Morecambe Marineland cerrado y Rocky en libertad después de 25 años preso. El destino de las otras “piezas de museo”, como nos imaginábamos, fue ser realojadas en otros zoos y parques.


Los cuatro activistas fuimos declarados culpables y nos condenaron a sentencias de libertad condicional y a fuertes multas, pero unas pocas semanas después de las sentencias, la campaña contra el delfinario de Morecambe había entrado en acción. Los activistas por los derechos de los animales del noroeste y otras partes del estado que actuaban de cara al público, comenzaron a hacer piquetes en cada actuación y una fuerte determinación de ganar se apoderó de ellos. Ningún miembro del público entraba al delfinario o se metía en algún espectáculo sin ser advertidos de los sufrimientos de Rocky y de por qué su vida de cautividad y soledad forzada debía acabar. Una guerra de desgaste que tenía como consecuencia un número siempre creciente de gente que se iba sin entrar después de encontrarse con los piquetes y escuchar sus argumentos.


Los que hacían la campaña organizaron concentraciones para llamar la atención y utilizaron otras estrategias publicitarias coordinadas con gente de la zona mediante numerosos encuentros. Pronto era evidente que la campaña estaba ganando y el cierre del delfinario se convirtió en una realidad inminente. La lucha empezó a garantizarle a Rocky un billete seguro hacia la libertad. En ese momento Zoo Check, una gran organización por el bienestar animal, comenzó a intentar conseguir el dinero necesario para llevarlo en avión al otro extremo de la Tierra y poder proporcionarle un buen tanque para antes de su liberación en las islas Turks y Caicos. Fue algo que recibió mucha y muy buena publicidad -es parte de la historia- no solo porque aquí la acción directa se había combinado con los activistas que trabajaban de cara al público, acercándose poco a poco a garantizar el objetivo común -en el que también ayudó un pequeño periódico- de liberar a Rocky, preso durante tantos años por el simple hecho de ser un delfín. Después de estar unos días en el último tanque Rocky saltó el muro hacia la libertad de una gran masa azul lejana.


Los hechos que propiciaron la campaña del delfinario fueron como cuando se tira una bola de nieve por una ladera nevada, al poco tiempo se habían empezado campañas para cerrar el resto de los delfinarios de Reino Unido. Mientras que algunas de estas campañas fueron hechas y financiadas por grupos reformistas -del tipo de los que luchan solo por el bienestar de los animales encerrados, no por su liberación-, el impulsor había sido, sin duda alguna, el intento de liberación por parte del ALF y el grupo por los derechos de los animales que comenzó a trabajar en cuanto los activistas fueron arrestados.


De los ocho activistas involucrados en el intento de liberar a Rocky, cuatro siguen muy activos dedicando sus vidas a la lucha de la liberación animal. Tres ya no pertenecen al movimiento y uno, Barry Horne, ya no sigue con nosotras por haber sacrificado su vida por la causa.


Todos los delfinarios del Reino Unido ahora están cerrados y sus ocupantes libres.

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